viernes, 1 de julio de 2016

Literatura


Mario Vargas Llosa: La Ambivalencia Como Método Ideal


Julio Carmona

EN EL ARTÍCULO PRECEDENTE hemos visto que los postulados teóricos de MV parten  de  una  concepción dualista de la realidad.1 A ésta él la divide —teóricamente— en “realidad real” y “realidad ficticia”. Y aunque ambas intercambian sus cualidades, MV establece que la vocación literaria no sólo se cifra en el rechazo de la primera sino en la superioridad valorativa de la segunda. Pero, como los materiales para la construcción de ésta (“realidad ficticia”) sólo puede proporcionárselos la otra (“realidad real”), y él siempre está en desacuerdo y hasta en enemistad con esta última, entonces el mayor énfasis de su trabajo artístico se alimenta (y se convierte en reflejo) de su lado negativo, de sus aspectos pesimistas, con el ánimo evidente de censurarla, de hacerla siempre objeto de su furia (justificando así su rol permanente de “rebelde ciego”), pero sin dejar entrever un resquicio esperanzador, lo que —en el fondo— conduce al objetivo de cimentar su perennidad. Es en ese sentido que dice:

La mejor contribución de la literatura al progreso humano: recordarnos (sin proponérselo en la mayoría de los casos) que el mundo está mal hecho, que mienten quienes pretenden lo contrario —por ejemplo, los poderes que lo gobiernan—, y que podría estar mejor, más cerca de los mundos que nuestra imaginación y nuestro verbo son capaces de inventar. (D-2001: 37.)2

Esa misma concepción ambivalente de la teoría se complementa con su práctica narrativa, en la medida que en las lindes de la primera —dice— el novelista se ve impulsado a hacer una “reedificación de la realidad” para de esa manera “testimoniar su desacuerdo con el mundo”, con lo cual está afirmando que todo novelista piensa que la realidad está mal edificada. De ahí su desacuerdo con ella y su afán de ‘reedificarla.’ Y una lógica elemental nos lleva a suponer que esa “reedificación” tiene que ser para mejor, es decir, ofrecer a los lectores un mundo nuevo, diferente, mejor que el mundo rechazado. Pero la constatación que hacemos los lectores es que no hay tal “mundo reedificado”: es la presentación de un mundo tal como lo conocemos en su conformación natural (no hay, por lo demás, ninguna justificación para que el novelista esté en desacuerdo con el mundo natural, aunque MV nunca hace esta distinción y dice estar enemistado con toda la realidad), y en lo que se refiere a la conformación social de su “reedificación” (que, en el fondo, es con la que se supone el novelista está en desacuerdo: “por ejemplo, los poderes que lo gobiernan” —como dice en la cita precedente) en la práctica narrativa de MV las cosas se presentan tan desquiciadas como —o peor de lo que— las conocemos en la realidad misma, como lo hace constar un crítico de su narrativa:

En la etapa inicial [de la obra de MV] predominan mundos caóticos, corrompidos, inmorales, falsos, aniquilantes; mundos que no ofrecen solución ni esperanza; mundos que son reflejos de segmentos de la realidad. (...) en la segunda etapa, de madurez, de razonamiento ideológico, de ataque a sus antiguas creencias y de defensa de las nuevas, de reacomodo a un sistema conservador, se corresponde con una producción  literaria conservadora y tradicional (...) Es ella una literatura mimética que trata de copiar la realidad y que sigue los patrones que rigen esa realidad real.3

Y todo esto se puede verificar en su práctica narrativa. Pero adelantemos que a la práctica novelística de MV puede aplicársele el diagnóstico que de la novela burguesa hace Bertolt Brecht cuando dice que ella pretende configurar, “todavía hoy en cada caso, ‘un mundo’.” Pero —dice Brecht— “esto lo hace de una forma puramente idealista, partiendo de un concepto del mundo: el modo de ver más o menos privado de su ‘creador’” (del novelista.) Y, entonces, el resultado es que “Del mundo real se llega a conocer sólo algo del autor y nada del mundo.” (E-1979: 110.) Consideramos, por lo tanto, que, ideológicamente hablando, no hay una distancia insalvable entre la obra narrativa de MV y su concepción teórica de la literatura, pese a que uno de sus censores, el colombiano Óscar Collazos, dice que:

... por un lado está el novelista, respondiendo de una manera auténtica a un talento vertiginoso y real, y por otro el intelectual, el teorizante seducido por las corrientes del pensamiento europeo, que no sabe qué hacer con ellas en las manos y que —en definitiva— no puede insertarlas ni apropiarse de ellas para incorporarlas a la realidad latinoamericana; un intelectual tratando de probarse a sí mismo capaz de ser como ellos, de acercarse a ellos, de ser —de alguna manera— un tributario de sus exigencias. (D-1969: 21.)4

Mas, a favor de nuestro criterio abona el mismo MV cuando manifiesta su admiración por “la concordancia entre la teoría y la práctica”, aunque reconoce que “en nuestro mundo, es cada vez más infrecuente”. Y por eso dice que “es una cosa que admiro cada vez más (...) porque la vida empuja a los hombres a ser inconsecuentes, o porque hay un desfase entre la moral real y la moral teórica.” (C-2004: 155.) Con algo más de perspicacia, entonces —creemos nosotros—, el escritor peruano Miguel Gutiérrez Correa, en 1966, anotaba a propósito de la novela La casa verde, que “el moralista que se encierra en Vargas Llosa parece enseñar finalmente que toda rebelión es inútil y conduce al fracaso.”5 Y ese fracaso —dice José Ignacio López Soria—:

desemboca —por el camino de la desilusión— en rebeldía interior, en una especie de revolucionarismo inmanente que no le hace daño al sistema. El tercerismo pretendidamente conciliatorio, después de un corto período de inestable equilibrio, termina inclinándose a posiciones regresivas.6

Es decir, que esa visión fatalista de una realidad en la que la frustración es su principal condimento, no sólo no se modificará en el juicio ideológico de MV, sino que se irá volviendo absolutista, generalizadora, y se acentuará más en su concepción de la “violencia política” reflejada en sus novelas.7 Por eso, en una entrevista, así lo reconoce, ante la siguiente propuesta de quienes lo entrevistan: “Decías que la novela aspiraba a expresar la frustración y el fracaso de una sociedad que vive una experiencia política determinada. Al parecer, La guerra del fin del mundo va más allá, buscando expresar el fracaso de todas las ideologías.” Y MV responde:

En cierta forma sí. Si algo quiere demostrar la novela es el fracaso de las ideologías, al explicar el fenómeno humano, individual o social. La ideología es un esquema que puede explicar una zona de la realidad, pero nunca agotar la totalidad de ella, que es compleja, sutil, imprevisible. Si la ideología no es flexible y no trata de adaptarse a esa complejidad cambiante de la realidad, entonces no le queda otra cosa que tratar de recortarla y ahí empieza la violencia. (C-2004: 129-130.)8

 Y esa visión paranoica se hace evidente en las novelas que tratan más específicamente el tema de la violencia política, que obsesiona a MV, como son: La guerra del fin del mundo (1981), Historia de Mayta (1984) y Lituma en los Andes (1993), en las que adquiere visos de paranoia total.9 Pongamos ejemplos. El Barón de Cañabrava (de quien Ángel Rama dijo, no sin razón, que era el alter ego de MV)10, personaje de La guerra..., expresa: “Reconozco que me he quedado obsoleto. Yo funcionaba mejor en el viejo sistema, cuando se trataba de conseguir la obediencia de la gente hacia las instituciones, de negociar, de persuadir, de usar la diplomacia y las formas. Lo hacía bastante bien. Eso se acabó, desde luego. Hemos entrado en la hora de la acción, de la audacia, de la violencia, incluso de los crímenes. Ahora se trata de disociar totalmente la política de la moral.” (A-1981: 330-331, cursiva nuestra.)11 Y en Historia de Mayta dice que en el Museo de la Inquisición:

hay un ingrediente esencial, invariable, de la    historia de este país, desde sus tiempos más remotos: la violencia. La moral y la física, la nacida del fanatismo y la intransigencia, de la ideología, de la corrupción y de la estupidez que han acompañado siempre al poder entre nosotros, y esa violencia sucia, menuda, canalla, vengativa, interesada, parásita de la otra.12 Es bueno venir aquí, a este Museo, para comprobar cómo hemos llegado hasta lo que somos hoy, por qué estamos como estamos.  (A-1985: 124.)

Esa visión negativa de la violencia (generalizada a toda violencia: la de los de arriba, la de los de abajo y la de los del medio) es la que subyace en la violencia social y política que MV plasma en sus novelas para exorcizar de ella a toda la realidad. En Lituma en los Andes, dice:

¿No tienen todos su locura, aquí? ¿No están locos los terrucos? ¿Dionisio, la bruja, no andan rematados? ¿No estaba tronado ese teniente Pancorbo que quemaba a un mudo para hacerlo hablar? ¿Quieres más locumbetas que esos serruchos asustados con mukis y degolladores? ¿No les faltan varios tornillos a los que andan desapareciendo a la gente para calmar a los apus de los cerros? (A-1993: 281.)

La violencia, parece decirnos MV, no sólo se ha generalizado, sino que ‘nunca ha tenido ni tendrá buenos resultados’. Sea cual fuere: la violencia de arriba o la violencia de abajo, deja saldos luctuosos y la sociedad sigue dividida entre los de arriba y los de abajo. Y la espiral se sigue desarrollando. Y los de abajo y los de arriba recurrirán a ella para hacer más de lo mismo. Y MV siempre se las ha arreglado —en sus novelas o en sus ensayos— para expresar esa su visión recusadora de “toda violencia”. Lo dice Roland Forgues, crítico amigo suyo: “Hay que ver con qué talento [el talento del ‘mentiroso’, ciertamente] has sabido burlarte de las nociones de bien y de mal para denunciar todas las violencias.” (D-2001: 19.)

Pero, como el pensamiento de MV no es dialéctico, pasa por alto que si los esclavos, de hace veinte siglos, no se hubieran rebelado violentamente, hasta hoy siguiésemos padeciendo esa esclavitud. Si bien es cierto la esclavitud cambió de formas y aún hoy se puede decir que existe con el calificativo de “asalariada”, no menos cierto es que no es lo mismo el esclavo que luchó junto a Espartaco que el obrero actual que igualmente lucha por acabar con la ‘esclavitud moderna’. Las dos luchas se caracterizan por ser violentas. Y las dos tienen sus méritos y logran objetivos positivos, aunque MV diga —a través del narrador de Historia de Mayta, que: “El hijo de Mayta debe andar por los treinta años. ¿Tuvo la vida normal que quería su madre? ¿Ha tomado partido por los rebeldes e internacionalistas o por el Ejército y los “marines”? ¿O, como su madre, cree que una y otra cosa [una y otra violencia] son la misma basura? (p. 207.) Es ésta una “reprobación de la violencia”, al decir de Ángel Rama, que este autor analiza así:

El manejo de una conceptuación pasatista, desenfocada y marginal a los problemas centrales que se desarrollan en la novela, conduce a una convencional reprobación de la violencia (la famosa partera de la Historia), que aunque sea un discurso muy cultivado por los estratos que prefieren olvidar que con ella conquistaron su actual poder, carece de rigor intelectual porque a la vez carece de realismo histórico. (D-2001-a: 243.)

Contra el corolario de MV —pues: que cualquier violencia, ya sea revolucionaria o reaccionaria “son la misma basura”— podemos decir que no, que no toda violencia es mala. No lo es, por ejemplo, la manifestación, violenta, de un sindicato marchando por las calles exigiendo mejores condiciones de vida, de trabajo y de dignidad humana.13 Si este tipo de manifestaciones (con los saldos trágicos que la historia no olvida) no se hubieran producido —desde Espartaco, pasando por Sacco y Vanzetti hasta el último caso del ‘obrero desconocido’- las condiciones de esclavitud asalariada que vivimos en la actualidad serían más feroces de lo que son, y los trabajadores seguiríamos agobiados por horarios de trabajo de más de ocho horas, y, especialmente, el número de obreros lisiados por condiciones de trabajo salvajes sería mayor.

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Notas

(1)  “El dualismo es amparo de la trascendencia. Y nada más dualista que la distinción aristotélica entre Dios y el mundo, entre el intelecto agente y el intelecto pasivo: es más eliminación que solución de un problema.” (Toffanin, E-1953: 129.)
(2)  Nótese que esa apreciación de absoluta negatividad no deja ninguna alternativa en contrario. Es más, una posible alternativa es atribuida sólo a los ‘poderes que gobiernan al mundo’, lo que descalifica a cualquier otra opción, porque —según MV: “La buena literatura muestra las insuficiencias de la vida, la limitación de todo poder para colmar las aspiraciones humanas.” (C-1993: 90.)
(3)  Balmiro Omaña, “Ideología y texto en Vargas Llosa: sus diferentes etapas”, en: D-2001-a: 37-46.
(4)  Y, al parecer, es ésta una apreciación que se apresuró en sostener Ángel Rama en su segunda intervención en la polémica con MV, la misma que termina de la siguiente manera: ‘Creo que puede descreerse de sus tesis y beneficiarse de la perspicacia realista de sus novelas.’ (C-1973: 37.)
(5)  Miguel Gutiérrez, “Mito y aventura en La casa verde”, Narración N° 1, Revista literaria peruana, Lima, noviembre, 1966, p. 29. (Cursiva nuestra.) [El calificativo de ‘moralista’ atribuido por Miguel Gutiérrez a MV, encaja con la del decadente expuesta en la cita de Basadre, Cf. Capítulo 1, p. 59.]
(6)  José Ignacio López Soria, “A propósito de ‘Vargas Llosa, pre y post’”, en: D-2001-a: 27.
(7)  “Yo creo —ha dicho MV— que en un país como el mío la violencia está en la base de todas las relaciones humanas. Se halla omnipresente en todos los instantes de la vida de un individuo.” (Conversación con Harss, cit. por José Miguel Oviedo, “Los Jefes: aprendizaje de la realidad”, en: D-2001-a: 109.)
(8)  Obsérvese que la crítica reservada en esta cita por MV a las ideologías es aplicable a su rechazo absoluto de la realidad, en tanto él empieza rechazando un aspecto de la realidad y luego lo generaliza a toda la realidad; o sea que su rechazo absoluto de la realidad es “un esquema que puede explicar una zona de la realidad, pero nunca agotar la totalidad de ella, que es compleja, sutil, imprevisible.” ‘Si [en ese esquema de MV, como] la ideología no es flexible y no trata de adaptarse a esa complejidad cambiante de la realidad, entonces no le queda otra cosa que tratar de recortarla...” y de ahí su limitación que impide hacerlo generalizable, teóricamente, a toda la novela.
(9)  En otra entrevista, preguntado MV cómo detendría la espiral de violencia, responde: “La verdad es que no soy muy optimista, pero creo que es muy importante estar parado sobre la tierra y tener conciencia de dos cosas: la primera, que en estos últimos años la violencia ha alcanzado proporciones desmesuradas y escalofriantes. Y luego, hacerle frente todos los que estamos interesados en salvaguardar, ya no digo un sistema democrático, sino ciertas formas de vida civilizada. Y en eso, creo, debería haber un espectro amplísimo, en que estén representados la izquierda, el centro y la derecha, que coincida en detener la brutalidad y la barbarie.” (C-2004: 149.)
(10) Ángel Rama, “Mario Vargas Llosa y el fanatismo por la literatura” en: D-2001-a: 239.  “Algunas de las propias ideas de MV” —dice Ángel Rama— “el lector las encontrará en el Barón de Cañabrava. Para él Canudos ha sido ‘esa historia estúpida, incomprensible, de gentes obstinadas, ciegas, de fanatismos encontrados’.”
(11) Arnold Hauser precisa que lo “significativo de la mentalidad de un escritor no es tanto por quién toma partido, como a través de los ojos de quien mira.” (E-1964-II: 384.)
(12) Nótese la diferencia cualitativa usada para ambas violencias, la de las clases dominantes es producto del “fanatismo, la intransigencia, la ideología, la corrupción, la estupidez”; en tanto la del pueblo es “sucia, menuda, canalla, vengativa, interesada, parásita de la otra”. En la novela ¿Quién mató a Palomino Molero? Uno de los personajes también hace alusión a la violencia que compromete a todos, pero devaluando a los de abajo. Dice: “También los avioneros me sorprendieron (...) Hay un fondo bestial, en todos Cultos o incultos, todos. Supongo que más en las clases bajas, entre los cholos. Resentimientos, complejos.” (p. 157.) Y esto es achacable al autor porque es lo mismo que dice en su autobiografía, El pez en el agua. Hablando de su experiencia en el Colegio Militar “Leoncio Prado” dice: “Al terminar el almuerzo (...) los de cuarto se lanzaron sobre nosotros como cuervos. Los ‘blanquitos’ éramos una pequeña minoría en ese gran océano de indios, cholos, negros y mulatos, y excitábamos la inventiva de nuestros bautizadores.” (C-1993: 103.)

(13) La violencia —decía el poeta francés, Luis Aragón— existirá incluso en el ámbito ideológico, y, así, dice: “... los artistas jamás renunciarán a oponerse los unos a los otros, a negarse recíprocamente: la paz aparente entre ellos es sólo una fachada. ¿Quién puede pues hablar de coexistencia pacífica de las ideologías?”, en: “Prólogo” a Roger Garaudy, E-1964: 14.

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