martes, 1 de diciembre de 2015

LITERATURA


Un Teórico Que No Quiere Serlo

(Cuarta Parte)

Julio Carmona

Cabe recordar que en una entrevista, a poco tiempo de aparecido su trabajo ‘teórico-crítico’ sobre GM, dijo:

Acabo de terminar un ensayo titulado García Márquez: historia de un deicidio. Es un tratado sobre la vocación del novelista, las fuentes de la ficción y, en especial, las relaciones entre literatura y realidad. Es un libro que se pregunta en qué forma la literatura es alimentada por la realidad y, a la inversa, en qué forma la literatura influye en la realidad. (C-2004: 77.)

Y de esa manera se ve que el artista —en general— está decidido a incursionar en la teoría de su arte de manera plausible, como dijimos en el primer capítulo que era pertinente y hasta urgente hacerlo. Pero ahí también dijimos que la reflexión del artista metido a teórico era distinta a su actuación de sólo artista. Si no, corre el riesgo de que, tarde o temprano, se lo enrostren. Y algo así ocurrió en ese ‘doctorado Honoris Causa’ ocurrido en Francia y citado a comienzos de este capítulo. Uno de los ponentes (del encuentro literario) empieza su alocución de la siguiente manera: “Es palabra de escritor la de ‘deicidio’ aplicada a una obra literaria, como lo es la fórmula de ‘suplantador de Dios’ aplicada a un novelista.”10 Es decir, lo objetable es que el escritor no mentalice su papel de teórico y que siga actuando con mentalidad de escritor en la teoría. Aunque, finalmente, el comentarista asumiendo un papel de perdonavidas —que tampoco le corresponde— diga que: “No sería legítimo cuestionar estas expresiones de Mario Vargas Llosa en su ensayo sobre Gabriel García Márquez [porque]: este García Márquez. Historia de un deicidio lleva el signo de la desmesura.” (Ibidem: 175. Corchete nuestro.)

‘Sorprendente y abultado volumen’, lo llama Ángel Rama. (C-1973: 7.) Pero, se le llame como se le llame, tal mezcla de niveles, es un lastre y es impertinente. Esa confusión de roles (artista o teórico) o de términos (si la obra es un medio para la teoría como fin, o a la inversa: si la teoría es un medio para la obra como fin) lo lleva a preferir el “misterio” de la ficción antes que la evidencia concreta de la ciencia. Lo cual, en definitiva, no es estar haciendo un estudio científico de la literatura. Es estar haciendo ficción de la ficción, es decir: estar postulando otra mentira. Por otro lado, cuando MV dice que ‘el novelista se rebela por causas que pueden definirse como una relación viciada con el mundo’ (HD: 85), es decir, no aclara ahí estar hablando de él mismo o de García Márquez ni de algún otro novelista en particular. Esta aclaración o negación recién la hará, a posteriori, en la respuesta a ÁR (dos textos aparecidos al año siguiente de publicado el de la controversia.) Y aquí, recién, será que minimice esa intención teorizadora, generalizadora o definidora del novelista (y cuyo carácter ‘científico’ —dígase de paso— se lo daba el hecho de estarla haciendo dentro del estudio literario que es la crítica de la obra de García Márquez.) Y es en la primera donde —contrariando su tardía prevención— dice:


Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. (HD: 85.)11


Es decir, ahí está hablando del acto de escribir novelas, sin precisar que se trate de un ‘acto aislado’, sino del ‘acto genérico de escribir novelas’. Lógicamente, toda generalización tiene sus excepciones. Y si alguien le dice que no es aplicable a todas las novelas, pues bien que, simplemente, lo admita; pero que no reduzca a la nada los alcances teóricos que le sirven de base y que él ha generalizado.

En todo gran texto de ficción, y, sin que muchas veces lo hayan querido sus autores, alienta una predisposición sediciosa. La literatura no dice nada a los seres humanos satisfechos con su suerte, a quienes colma la vida tal como la viven. Ella es alimento de espíritus indóciles y propagadora de inconformidad, un refugio para aquél al que sobra o falta algo, en la vida, para no ser infeliz, para no sentirse incompleto. (D-2001: 36.)

Y esa actitud reduccionista la lleva hasta el extremo de negar la posibilidad de que su teoría pueda ser aplicada a otros géneros literarios -además de la novela- sólo porque ésa es otra observación que le hace ÁR. Y lo probable es que sí se pueda aplicar a la lírica y al drama, desde un punto de vista de la estética literaria. Ese no es el problema central. Lo problemático radica en que MV no asume categóricamente la defensa de su propuesta teórica, que lo es -en toda su extensión y en su verdadera dimensión: una teoría formalista, que es, además, una generalización acerca de la literatura. Teoría formalista genérica que no por ser la menos consensuada en aplicaciones prácticas haya dejado de seguir sosteniéndose. Una prueba de su persistencia es, precisamente, el trabajo teórico-crítico de MV.
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(10) Jacques Gilard, “Vargas Llosa frente a García Márquez: lectura e investigaciones” (D-2001: 173-188.) Por otro lado, este autor hace varios cuestionamientos al trabajo investigativo de MV y a su misma aplicación fáctica, dice, por ejemplo: “Conforme se acerca el ensayo a la ‘culminación’... los relatos de GM se hacen cada vez más reacios al esquema que se les intenta imponer, en buena parte porque el orden de las publicaciones no cuadra con el proceso.” (Ibíd.: 186.) El reconocimiento de “errores en la información y desconocimiento de mucha obra desperdigada —literaria y periodística— de Gabriel García Márquez”, por parte de MV, también lo manifiesta Ángel Rama. (C-1973: 23.)

(11) “... incluso en los cuentos más imaginativos, abstractos e impersonales de un Borges o de un Lovecraft, hay siempre un corazón autobiográfico, es decir, cosas vividas que marcaron muy fuertemente al escritor y que crearon entre él y la realidad un conflicto, una especie de malentendido.” (C-2004: 83.).





Seductora Memoria, Pudor y Concupiscencia en los Relatos de José Lalupú

Roque Ramírez Cueva.

A FINES DEL AÑO 2008, Julio Carmona me regaló un pequeño libro de cuentos, con certeza una antología, al terminar de leerlo me entero que las letras de mi provincia y de mi región se estaban renovando. Antes había leído a otros autores jóvenes en fugaces revistas y en bitácoras on line. El conjunto de relatos, llamado Selección piurana, mencionaba a un joven narrador nacido en el pueblo que me acunó, Chulucanas, donde resido desde los siete años.

Bien, leyendo uno de aquellos relatos supe que, después de las fructíferas décadas del  70 y 80 para la literatura piurana, en este breve lapso del nuevo siglo la especie del cuento empezaba con optimismo para Morropón y Piura, una de las autorías signaba el nombre de José Lalupú. De quién vamos a comentar su último libro de cuentos, Perra memoria.

El primer cuento lleva el nombre del libro y se configura en tiempo quebrado –al igual todo el conjunto- e inicia su historia cuando los enamorados dejan de serlo y por medio de fotografías se ingresa, desde el raconto a la emotiva  (valga el redunde) evocación de cuitas que se han tenido con una chica misterio. Más no es solo un recuento del anecdotario idílico entre dos corazones embebidos de cándidas diversiones y placeres, sino que nos muestra una cómplice convivencia de tres.

Entre la pareja de universitarios se cuela un macho impertinente que enlaza a ambos, es un macho atípico, un chusco con sarna bautizado como “Barroco” convertido en un provocador de valores, y la chica en estimuladora de transgresiones incitando al hurto, al placer sexual; incluyendo arrobos y digresiones acerca de los pudores y deleites de la carne en su comprensión lata. Sin obviar la inevitable tragedia que la perra memoria nos evita olvidar, el amorío, el abrazo de ácido que asfixia al protagonista perruno del romance. Acto que marca el fin del idilio y de la coprotagonista. El relato, cuya estructuración grafica una órbita, culmina el circulo narrativo mediante la arcana resurrección no del leal amigo del chico, sí de la memoria clavada como astilla.

Los relatos de José Lalupú se construyen mediante figuras literarias que absolutizan su presencia. La base son intensivas imágenes y las columnas, para ventura del relato diferente que está asomando  en la escena del proceso narrativo en lo que va del caótico y dinámico siglo, se arman de digresiones literarias. Innovación técnica a la que se resisten y se resistirán los tradicionalistas del cuento, que al parecer olvidan que la digresión se guareció y anduvo de la mano con la primera manifestación de narración, los mitos. Cuyos antecedentes se asoman en Kafka, Flaubert; en América Malcon Lowry, Julio Cortázar, Fuentes; y en Perú Vallejo, Arguedas, Julián Huanay y el Miguel Gutiérrez de Las aventuras del señor Bauman de Metz.

Esta estoica fidelidad a la tradición clásica posterga la irrupción plena de la digresión en el relato breve. En todos los cuentos de Perra memoria, nombre propicio para no olvidar lo tragicómico, libro de cuidada y prolija edición a través del sello Lengash editores (Julio, 2015),  podemos disfrutar y comprometernos con las desventuras y misterios de sus protagonistas. Y hablando de asuntos no develados, no olvidamos resaltar el sutil manejo de lo que identifica al cuento, el suspenso, técnica en la cual adquiere destreza, siempre al acecho del lector, a quien no le es fácil olfatear en poco el desenlace.

En “celebración de la muerte” otras figuras retóricas destacan a partir de la presencia inusitada de una metonimia impensable, peculiar, leamos “esa noche el local del gato estaba repleto, y ya no cabía un sentimiento más”. El escenario cerrado es un bar donde se trasmite un partido de futbol de selección y reina la confusión de la gritería. En medio de la descripción caótica de la argumentación se presenta el desenlace ordenado del suceso milagroso (inusitado éxito deportivo) y funesto (el asesinato). Y, a pesar de todo, allí el lirismo “una especie de sueño sin cama” (p.29); “patea un tiro libre de dios que se mete frontal en el corazoncito del área” (p32); “un temblor de aire y un griterío de gargantas abejeras” (p34), todo escrito en un son de mixtura incluido el simulado lenguaje de coprolalia propio de cantina.

La descripción culmina con la destrucción del escenario no tanto físico, sino de la condición humana que los involucionará  a mansas fieras asesinas. Veamos, una justificación “¿Por qué es que dice que nos van a investigar, entonces, si acá no hay nada que investigar? ¿o es que acaso a ustedes no les gusta el futbol_”. Así, un fundamento sin sangre en la cara evidencia tal involución. Por cierto, este rasgo de personajes populares con cara de palo nos remite a las huellas del entrañable García Márquez.

Los narradores no son diversos, José Lalupú tiene preferencias por la primera persona, en el primer relato perra memoria; otro narrador testimonial en “celebración de la muerte”, quien inicia y culmina la esfera de lo relatado, principio sin fin impuesto por los creadores de la Nueva Narrativa Contemporánea. El contador de cuentos testigo no se repite en “nañanique”; el narrador testigo, si bien inicia el relato, luego da paso a una tercera persona que describe los sucesos. Eliana testimoniada por una voz narradora, en otra escena asume el papel de narradora. Y en esta mixtura de voces que narran, no nos queda claro si eso sea un mérito.

En “etemenanqui” el narrador vuelve con su voz testimonial desde el nosotros y el yo, trasladándonos a los universos exóticos de la nación hoy castigada por el águila imperial de esta hora, a la sagrado Irak, a la antigua Babilonia, emulando los lances de la princesa bíblica Sulamita con un guerrero asirio; deslizándose de modo insólito en los sueños nuestro jurel. Y en el cuento “Dórica y el cepo” presenta a un narrador en tercera persona que lee los pensamientos de sus personajes, uno de ellos incluso no tiene empacho en mencionar sus actos corruptos como funcionario de universidad.

Y como para quedarnos con la hiel en los labios José Lalupú se ha preocupado por evidenciar con imágenes seductoras los detalles del erotismo que expelen sus personajes femeninos, y aquí el lenguaje ora coloquial, ora de argot sonroja lectoras e hipnotiza lectores, si es que no los hace sonreír. Es decir, el conjunto de cuento tiene su dosis de humor y está inmerso en un realismo con signos leves de lo social en un par de relatos. No obstante, el conjunto de historias no dejan de tener interés por ser atractivas aun al ojo áspero.

Y no hablo de ojos ásperos comunes un tanto despistados sino de los veteranos y curtidos descifradores de historias. Y el humor que no se entienda una manifestación involucrada sólo con los episodios llenos de erotismo, también está allí lanzando su honorable sarcasmo en las tragedias de casi todos los personajes de perra memoria, como el rostro asustado, alelado y cándido del hijo que espía a los padres copulando sin pudor alguno en “etemenanqui”.

Volviendo a los asuntos de temática, detengámonos en dos historias. En “ñañañique” aparecen las increíbles historias urbanas narradas de manera tan común como si fueran ciertas, cómo si la gente las cree y seguirá creyendo su existencia, negando la indudabilidad (en crítica literaria podemos permitirnos neologismos atractivos al lector) de la ciencia aun en su hiperbólica capacidad de evidenciar lo contrario, de esa manera recrea la consabida presencia de los ovnis por los espacios cercanos del cerro “Ñañañique” y del “Vicús”, a cuyas faldas trajinan sus días una ciudad y un caserío.

En el último cuento “Dórica” el corrupto funcionario de la Universidad nacional muestra otro personaje inusitado, un cepo el artefacto de castigo con que se sancionaba a los esclavos, un paso no creíble en los tiempos que corren, pero allí con su presencia les parece otra historia urbana a jóvenes que nacieron con derechos humanos bajo el brazo. José Lalupú por cierto no pretende desmitificar incredulidades urbanas, él diestro y certero, ese rol, de creerse o no lo inmanente, se lo deja a los propios lectores que desconfían del narrador, del historiador y del científico; sobre todo de sí mismos.

Volviendo al inicio de estas notas, cuando te regalen una antología de especies literarias en edición modesta, gracias maestro amigo, vuelve sobre sus líneas y busca con ojos amenos la labor y raza de esa voz  nueva que pronto, muy pronto, ingresará a dejarnos huella indeleble como ya lo hixo Sejo Púlalu a tirpa ed nosalgu riashisto edl tojuncon rrape riamemo. Este enrevesado lenguaje ya lo había leído en el  estilo ameno de alguna página de “Cien años de soledad”, merecido homenaje al Gabo. Saludos escriba, uno de tus cuentos emplea este raro lenguaje con el que resumo la conclusión esperada.

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